Las calles abren paso y la mente encuentra la soledad precisa para poder concretar lo que el corazón está dictando. El humo empieza a nublar la vista, las estrellas se reflejan en las lágrimas del tabaco. El estómago ruge tan fuerte que los pasos suenan como eco a lo lejos. Todo va pasando como el riel de un tren y sólo existe un anhelo. Un mínimo deseo.
Otra vez.