El despertador suena un minuto después de que todo el alcohol traspasa el cuerpo y se evapora con el calor de verano. La cabeza sigue dando vueltas y los oídos siguen retumbando estruendosamente. Garganta sedienta y ojos legañosos testifican la amanecida anterior, la voz semi ronca y los pasos cortos hacia la ducha no son mas que meros reflejos típicos de una buena resaca. Todo sigue su curso de la forma más natural posible, en realidad no es un viernes normal. El mandil está listo y todo entra en acción, poco a poco las manos se van acostumbrando a la atención y creación, pero la mente sigue otro rumbo. Es perfecto para exhibir tu verdadero yo, no existe timidez o roches para el nuevo muchacho. Todo fluye. Pero parece ser un universo paralelo en el que todas las preocupaciones y jodas se esfuman con tan sólo estar de verde.
Llega a casa, y el cansancio lo mata de un balazo luego de consumir las calorías necesarias básicas para sobrevivir en verano. El muchacho, como es de costumbre, se despierta por la culpa de unos mosquitos indeseables e irritantes. Sin darse cuenta han pasado como 4 horas desde que llegó y parece haber recuperado las energías necesarias. La casa esta sola: es el momento idóneo para poder ser feliz dentro de. Basta la llegada de un usurpador de la tranquilidad y silencio perpetuo de la utópica guarida para que el adjetivo resuene con mayor agudeza: utópico. Dícese algo irrealizable en el momento en que se concibe. Justo cuando cree estar tranquilo, la idea se esfumo hecha un pedo sin razón. Un par de llamadas, un par de gritos, de tonterías y el buen humor parece ser un simple recuerdo.
La intimidad se refugia en el cuarto, en las entrañas de la cama.
El muchacho se encuentra en la soledad cotidiana: ¿dónde estás amor?