13.6.10

Todo está bien.

Llego a mi casa y no puedo estar más ansioso por encontrar el regalo perfecto. Mis sueños empiezan a nublar mi mente y mis expectativas crecen como del tamaño de un globo aerostático. Corro y subo las escaleras como si cada peldaño de esas se fuesen a derretir en el infierno y no exista vuelta atrás. Encuentro un gran pastel de cumpleaños a medio comer, y no la pienso dos veces y termina en mi estómago como si fuese parte de mi anatomía. Sin pensarlo dos veces, empieza a aparecer el remordimiento, como una gota de colorante entra en un vaso de agua cristalina y se va expandiendo poco a poco hasta teñirla completamente. Creo que no era para mí, sino no hubiese estado a medio comer, medio mordida y a la mitad. Tengo que comprarle uno nuevo a mi mamá. Sólo así no se molestará y me perdonará la ansiedad que tuve. Empiezo a ordenar las cosas para ir a comprar y escucho de la nada el ruido de un motor nuevo. Es el carro, pero es el que usamos todos los días. Empiezo a dudar si en verdad es 23 de junio del 2010, porque estamos en la casa de Covima y parece que nunca nos hubiésemos mudado y todo siguiese igual.

Todo parecía normal hasta que la vi. En el asiento del copiloto estabas ahí, viendo al frente como si nunca te hubieses ido y como si la vida te sonriera como el sol de una mañana de verano en la playa. Me quedo paralizado un rato, empiezo a pensar con tanta rapidez que no era ni consciente de mis pensamientos, ni mucho menos de lo que presenciaría enseguida.

Empezaste a bajar del carro, agarrándote en el brazo de mi hermano, apoyándote como siempre lo habías hecho, confiando en los demás. Me viste y sonreíste. Mi corazón empezó a acelerarse y no pude contenerme, sentía tanta felicidad reunida como nunca antes lo había sentido. El sol alumbraba con tenuidad, sentía que mis ojos estaban siendo engañados. Y empezaste a subir las escalares, mientras yo te esperaba en la entradita al segundo piso. Comenzaste a venir hacia mí y sentía que me protegías, me engreías y sobre todo me hacías sentir ese confort que hace tantos años no lograba sentir. Esa sensación de paz y tranquilidad, de que todo saldría bien.

No me contuve más. Primero la garganta fue protagonista de un nudo inmenso que no soportaba tal sensación. Luego, mis ojos empezaron a brillar con tanta felicidad y al mismo tiempo, con tanta incredulidad. Comenzaban a cerrarse para volver a ver con mayor claridad y comenzó el llanto más desgarrador que jamás habría podido presencia. Lloraba aún con mayor fuerza que cuando te fuiste el 14 de enero, y sentía que me abrazabas y me mirabas con tanta delicadeza y sencillez que me reconfortaba en ti y no quería soltarte para nada. Pero no, sólo me veías y me sonreías, me decías que nuestras oraciones habían llegado a tus hermosos oídos y que no había nada de que preocuparse. Me dijiste que me querías y que no me olvidase de tus últimas palabras de aquella tarde. Todo estaría bien porque tu me lo decías y me lo prometiste. Estabas contenta, y sobre todo en paz. Nos extrañabas, y nosotros mucho más; pero, pronto llegaría el comienzo de una nueva historia, de un nuevo camino y sobre todo de un nuevo día.

Mi almohada estaba mojada de lágrimas. Me desperté llorando como cuando a un bebe le quitan su dulce favorito, o cuando un hincha ve a su equipo perder en la final de un mundial. No sé, esa sensación desgarradora y triste, que al mismo tiempo me daba a entender de que tenía un ángel precioso. Todo había sido un sueño. Lo sentí tan real que en realidad pensé que te volvía a ver, a sentir, a escuchar.

Era un sueño, pero era parte de mi. Era mi mayor deseo y se cumplió.