30.6.10

Mientritas de Caramelos Sabor a Desgracia

Mientras prendo un cigarro, el viento helado golpea mis manos y las congela hasta el punto en donde no puedo sentirlas y tiemblan por inercia. Me voy calentando poco a poco mientras camino y empiezo a abrir mi mente como si fuese un libro antiguo, de esos que te dan flojeras de solo comenzar a leer.

Mientras abro mi mente, encuentro tantos pensamientos que los voy guardando uno por uno porque sino empieza una catarsis totalmente inoportuna y la bipolaridad asoma su cabeza a la vuelta de la esquina, que cliché.

Mientras se van guardando, encuentro una imagen grabada en mi mente que me hes muy difícil olvidar. No puedo dejar de pensar en esa imagen, y todo lo que conlleva, o llevaba. Mientras pienso eso aparecen los flash-backs, cada vez más rápidos.

Mientras todo esto sucede, entiendo que ya no estás a mi lado, y que nunca lo estuviste. Que todo había sido una historia creada por mi mente para calmar las duras penas que sufrió mi corazón.

Mientras pasa todo eso, estás a mi lado y no puedo más.

Mientras te veo, sonrío y me volteo.

Mientras ríes, mi corazón sigue humilde.

Sigues caminando, mientras yo siga sonriendo.

22.6.10

siete y diez.

Imagínate parado en la punta de un faro, viendo como tu vida pasa tan rápido como el viento choca con tu cara.

13.6.10

Todo está bien.

Llego a mi casa y no puedo estar más ansioso por encontrar el regalo perfecto. Mis sueños empiezan a nublar mi mente y mis expectativas crecen como del tamaño de un globo aerostático. Corro y subo las escaleras como si cada peldaño de esas se fuesen a derretir en el infierno y no exista vuelta atrás. Encuentro un gran pastel de cumpleaños a medio comer, y no la pienso dos veces y termina en mi estómago como si fuese parte de mi anatomía. Sin pensarlo dos veces, empieza a aparecer el remordimiento, como una gota de colorante entra en un vaso de agua cristalina y se va expandiendo poco a poco hasta teñirla completamente. Creo que no era para mí, sino no hubiese estado a medio comer, medio mordida y a la mitad. Tengo que comprarle uno nuevo a mi mamá. Sólo así no se molestará y me perdonará la ansiedad que tuve. Empiezo a ordenar las cosas para ir a comprar y escucho de la nada el ruido de un motor nuevo. Es el carro, pero es el que usamos todos los días. Empiezo a dudar si en verdad es 23 de junio del 2010, porque estamos en la casa de Covima y parece que nunca nos hubiésemos mudado y todo siguiese igual.

Todo parecía normal hasta que la vi. En el asiento del copiloto estabas ahí, viendo al frente como si nunca te hubieses ido y como si la vida te sonriera como el sol de una mañana de verano en la playa. Me quedo paralizado un rato, empiezo a pensar con tanta rapidez que no era ni consciente de mis pensamientos, ni mucho menos de lo que presenciaría enseguida.

Empezaste a bajar del carro, agarrándote en el brazo de mi hermano, apoyándote como siempre lo habías hecho, confiando en los demás. Me viste y sonreíste. Mi corazón empezó a acelerarse y no pude contenerme, sentía tanta felicidad reunida como nunca antes lo había sentido. El sol alumbraba con tenuidad, sentía que mis ojos estaban siendo engañados. Y empezaste a subir las escalares, mientras yo te esperaba en la entradita al segundo piso. Comenzaste a venir hacia mí y sentía que me protegías, me engreías y sobre todo me hacías sentir ese confort que hace tantos años no lograba sentir. Esa sensación de paz y tranquilidad, de que todo saldría bien.

No me contuve más. Primero la garganta fue protagonista de un nudo inmenso que no soportaba tal sensación. Luego, mis ojos empezaron a brillar con tanta felicidad y al mismo tiempo, con tanta incredulidad. Comenzaban a cerrarse para volver a ver con mayor claridad y comenzó el llanto más desgarrador que jamás habría podido presencia. Lloraba aún con mayor fuerza que cuando te fuiste el 14 de enero, y sentía que me abrazabas y me mirabas con tanta delicadeza y sencillez que me reconfortaba en ti y no quería soltarte para nada. Pero no, sólo me veías y me sonreías, me decías que nuestras oraciones habían llegado a tus hermosos oídos y que no había nada de que preocuparse. Me dijiste que me querías y que no me olvidase de tus últimas palabras de aquella tarde. Todo estaría bien porque tu me lo decías y me lo prometiste. Estabas contenta, y sobre todo en paz. Nos extrañabas, y nosotros mucho más; pero, pronto llegaría el comienzo de una nueva historia, de un nuevo camino y sobre todo de un nuevo día.

Mi almohada estaba mojada de lágrimas. Me desperté llorando como cuando a un bebe le quitan su dulce favorito, o cuando un hincha ve a su equipo perder en la final de un mundial. No sé, esa sensación desgarradora y triste, que al mismo tiempo me daba a entender de que tenía un ángel precioso. Todo había sido un sueño. Lo sentí tan real que en realidad pensé que te volvía a ver, a sentir, a escuchar.

Era un sueño, pero era parte de mi. Era mi mayor deseo y se cumplió.